domingo, 18 de septiembre de 2011

El faro.

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Querida Sarah:
Desde que te separaste de mí comenzó a apagarse mi luz. Jamás he dejado de pensar en ti. No podría olvidarte aunque el mar decidiera que eres para él, o aunque tú decidieras que eres para el mar. Tú has sido mi luz todo este tiempo, la verdadera razón por la que me levanto cada mañana y encuentro la fuerza para hacer cada una de las cosas que hago en mi vida. Mi razón para vivir. Nada me proporciona más placer que pensar en ti, y sólo una cosa me hace más feliz que recordarte: pensar en la próxima vez que te veré, y en que ya queda un día menos.
Sé que no quieres que te salve. Sé que nunca quisiste que te salvara. Puede que la gente de este pueblo piense que te salvé si te encuentra aquí conmigo. Pero no es cierto. Es al revés. Tú me salvaste. Tú me salvaste el día en que te conocí, y yo te he abrazado siempre desde entonces como nadie más puede abrazarte, como ni siquiera yo puedo abrazar a nadie más. Apretándote fuerte durante segundos, durante minutos, durante horas. Los demás pueden pensar que quizá sea muy honesto querer únicamente abrazarte. Que es bonito cuando alguien no quiere nada más de ti. Pero lo que quiero yo cuando te abrazo con tanta fuerza es que no te separes de mí. Te quiero a ti. Tu voz y el calor de tu cuerpo, y tu cara desafiando al mar conmigo al lado. Tu sonrisa y tu voz dulce y tus palabras cariñosas. Tus enfados y tu genio indomable. Tu personalidad. Yo no te he salvado, o puede que sí. Pero tú me salvaste primero. Tú me salvaste a mí cuando me abrazaste por primera vez. Por eso creo en ti. En la fragilidad con la que vives y en la pasión con la que sientes. Nadie puede echar más de menos a alguien de lo que yo te echo de menos a ti. Tú eres mi faro, y no al revés. Mi vida y mi sueño. Ojalá me hubieses elegido. Ojalá nunca te separaras de mí. 


Cerré la carta y la metí entre las hojas del libro. Dejé el libro junto a ella, junto a su faro. Y cogí del brazo a mi amiga y volvimos hacia el sendero que llevaba a la pequeña casa de cal, a la colina, al camino de vuelta al pueblo.

La dejamos allí, durmiendo plácidamente. En el alféizar del mundo.
Pero no la dejamos sola. La dejamos con él.




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